La diferencia entre tener o no acolchado en los árboles.

Cada vez que voy a ver los árboles estoy más contento de haber echado paja para crear un acolchado que conserve al máximo la humedad de la tierra, sobre todo en  los árboles más pequeños. Estamos en primavera, y el tiempo es cambiante. No vivo en una zona de muchas lluvias, pero alguna ha caido ya. Los veranos son largos y secos aquí. Aunque hace tiempo que sabía de la conveniencia del acolchado, debo decir que ha sido esta vez la que me ha hecho experimentar la diferencia: cuando el resto del terreno vuelve a estar seco y con grietas, si abro un poco la paja y toco el suelo de debajo, sigo notando la humedad de las lluvias pasadas, incluso una semana después de haber llovido y aunque no haya llovido mucha cantidad (5 litros m2 la última vez).

Gracias a este paso, me siento mucho más positivo de cara a los dos meses en los que normalmente no llueve. No quiere decir que no deba regar, pero al menos sé que toda gota utilizada para regadío se aprovechará al máximo y no será necesario echar más agua de la necesaria, algo que también es de importancia en la zona tan seca en donde está el terreno.

Conservando en lo posible la humedad de la tierra.

Este invierno pasado decidí poner algunos árboles en la finca. Ha sido un invierno poco lluvioso y no da signos de cambiar ahora en primavera. Como cada año, en estas fechas lanzo paja alrededor de los árboles jóvenes. La idea es, como dijo ya Masanobu Fukuoka en su libro «La revolución de una brizna de paja», intentar imitar a la naturaleza y no forzarla con métodos que lo único que hacen es esquilmarla. Con el acolchado, intento imitar el mismo proceso que la naturaleza hace cuando las hojas, ramas, etc, caen de los árboles y forman un acolchado natural. La finca se encuentra en la zona seca de España y el agua es escasa y un bien básico e imprescindible para la vida. No es suficiente con «pagarlo». Es demasiado valioso, aunque no me refiero a su valor monetario, inventado por el hombre, sino a su valor real.

Recomiendo encarecidamente la lectura del libro de Fukuoka. Sólo son alrededor de sesenta páginas, se lee en un momento y vale la pena.